Por Fabián Bravo Vega
Sociedad Chilena de Ciencias de las Religiones
El programa “Abrazar la vida” de Canal 13 constituye una verdadera apología a la cada vez más común declaración “soy espiritual pero no religioso”. Inmediatamente, las preguntas que emergen son ¿se puede ser espiritual y no religioso?, ¿por qué razón nos resulta tan atractivo esta forma de relacionarnos con lo sagrado? Pongamos un momento nuestra atención en dicha producción televisiva.
La cantidad de rostros invitados es extensa y variada, muchos de ellos alcanzan momentos emotivos de gran profundidad en donde exteriorizan mucho de su dimensión íntima, el público siempre premia la honestidad. Llama la atención como cada uno de ellos despliega una cosmovisión individual y particular de la realidad: tarot marroquí, ley de mentalismo, devoción mariana, ángeles y arcángeles protectores, mística chamánica, transmutación de las almas, I Ching y la lista pareciera de nunca acabar. Y es que el mérito de esta producción se encuentra en la predicación de una religiosidad basada en el lenguaje universal del amor, el conocimiento de uno mismo, en la búsqueda de paz interior.
Pero además de todo lo anterior, promueve una perspectiva mágica de entender y enfrentar la vida, mágica, en tanto instala la posibilidad de poder cambiar el estado de las cosas mediante algún acto que apele a lo sobrenatural: desde un sahumerio para limpiar el hogar, hasta un ritual que nos conecte con nuestros ancestros para corregir vicios y mala fortuna presente. No importa si el invitado de turno es devoto del Ho’oponopono o práctica la kabbalah. Pedro se adecúa a toda clase de sistema de creencia con una habilidad que, por momentos impacta. Lo que inevitablemente genera una cercanía y empatía enorme entre la audiencia.
La sección de las historias dramatizadas recrean narrativas de la vida cotidiana, con personajes comunes y corrientes que buscan generar una afinidad en el espectador -“a todos alguna vez nos ha pasado”-, reconciliarnos con alguna experiencia sentimental dolorosa. Recuerda un poco a los relatos del recordado programa “Pasiones” de TVN y “Directo al corazón” -pequeñas historias sentimentales dramatizadas en el matinal del 13 hace unos años atrás-. Pero con la diferencia que, en este caso, la adversidad y el dolor constituyen oportunidades de un crecimiento interno, de alguna manera hay una búsqueda de un sentido trascendente a los grandes dilemas existenciales.
Pedro Engel merece un texto aparte. Es la encarnación misma del espíritu de la llamada Nueva Era. Cosmopolita, carismático, expele sabiduría, mientras nosotros vamos, él viene de vuelta. Capaz de resolver el destino de una pareja con sólo escuchar un breve audio de Whatsapp, aconsejando con una autoridad soberbia sobre decisiones complejas en 140 caracteres por Twitter, a veces únicamente le basta conocer el signo zodiacal de los involucrados. Completamente inspirador y desconcertante a la vez.
En este sentido, “Abrazar la vida” nos muestra un rasgo característico de las sociedades contemporáneas occidentales: un proceso de individualización y privatización de lo religioso. El individuo como generador de sus propios sentidos y marcos acerca de lo sagrado. Un divorcio con los grandes credos institucionales que organizaron y fiscalizaron la fe de los creyentes por siglos. Dicha tendencia no sólo se expresa en el ámbito de lo sagrado, sino que, además, se observa en una desconfianza hacia las instituciones en general: el Estado, la clase política, las grandes empresas, etc. Un proceso progresivo en donde lo sagrado se encuentra desinstitucionalizado.
Asimismo, evidencia el nivel de complejidad que posee el fenómeno y hecho religioso en nuestra sociedad chilena. Esta tendencia, que configura lo que Françoise Champion denomina una “religiosidad a la carta”, constituye la constatación de dos cuestiones fundamentales: el primero, que las clásicas teorías de la secularización que vaticinaban el declive de la religión e incluso, desde corrientes positivistas, su completa desaparición, no se cumplieron como tal. Segundo y más interesante todavía, si bien la religiosidad institucional efectivamente declinó -la gente va menos a misa que hace treinta años por ejemplo-, investigadores como Jean Pierre Bastian proponen que la religión experimentó un proceso de mutación, la cual se manifiesta en diversas expresiones del mundo secular: desde la irrupción de distintos movimientos como los Hare Krishna hasta la emergencia de fundamentalismos como el Estado Islámico. Dichas manifestaciones representan una ruptura de la clásica distinción entre lo sagrado y lo profano que caracteriza a las grandes tradiciones religiosas.
En síntesis, la importancia de “Abrazar la vida” de Pedro Engel estriba en que visibiliza las demandas de espiritualidad de los ciudadanos de a pie, presentándonos una religiosidad desregulada de la institucionalidad, heteróclita y, al mismo tiempo, accesible. Apelando al sentido de lo trascendente que habita en cada cultura y tiempo histórico.