Viaje por la religiosidad japonesa

Por Karina Nazal Schuenemann
Sociedad Chilena de Ciencias de las Religiones

No todo es modernidad en Japón como puede pensarse cuando uno imagina Tokio, sino que también hay un lado tradicional que se mantiene vivo, no sólo en lugares como Kioto, conocido por conservar la cultura tradicional y por su cantidad de templos, sino en todas partes. Viajando por Japón se puede sentir que la religión y las tradiciones se mantienen, a pesar de la modernidad y sus extravagancias.

En todas las ciudades por las que he viajado he podido encontrar lugares sagrados, como santuarios y templos, tanto budistas como sintoístas. Caminando por una ciudad como Osaka, por ejemplo, aparece de pronto un santuario shintō, que es como un alto en el camino de la ocupada vida moderna de los japoneses. Estos santuarios se caracterizan por su simplicidad y armónica belleza; un Torii de madera marca siempre la entrada al lugar sagrado, seguido de una pila de agua para lavarse antes de ir a saludar a la divinidad que se encuentra apenas señalada en un pequeño altar de madera. El creyente se coloca al frente del altar, lanza unas monedas a una caja especial colocada delante, hace un par de reverencias, toca a veces una campana, y aplaude dos veces para despertar al kami o divinidad. Luego se queda un rato en silencio, con sus manos juntas y sus ojos cerrados, haciendo su rezo. Eso es todo, luego se va y continúa con su vida.

Existen miles de santuarios shintō repartidos por todo Japón, dedicados a distintos kamis como, Amaterasu, la diosa del sol y su hermano Susanoo, el dios del viento. Uno de los bellos lugares que visité fue la isla de Miyajima, frente a la ciudad de Hiroshima. Esta isla es considerada un lugar sagrado, donde no se permiten los nacimientos ni enterrar a los muertos, para preservar su pureza. El precioso Torii rojo en el agua marca la entrada al lugar sagrado, desde el inicio se puede apreciar la hermosura del lugar, con su verde naturaleza y su sagrada atmósfera. Aquí se encuentran varios templos budistas y santuarios sintoístas. El santuario más importante es el de Itsukushima, dedicado a las hijas del dios Susanoo, el cual destaca por la belleza de sus pabellones de madera y su color rojo. Mientras caminaba por allí tuve la suerte de presenciar un ritual que realizaban los monjes, donde iban colocando las bandejas de alimentos que iban a consumir una a una en el lugar sagrado, mientras otros monjes tocaban una música ritual, para luego volver retirar una a una las bandejas y desaparecer del lugar, probablemente para comer.

En la misma isla se puede encontrar templos budistas, como el Daisho-in, con sus variados y numerosos budas y el Dainichido, arriba, en el monte Misen, donde el monje Kōbō-Daishi obtuvo la iluminación. El monje iluminado encendió allí un fuego, cuya llama se mantiene hasta ahora siempre viva y fue utilizada para encender el fuego que arde en el parque conmemorativo de la paz en Hiroshima.

Además de esa hermosa isla he podido visitar en este viaje otros lugares sagrados, igual de bellos, como el famoso templo Rokuon-ji en Kioto, más conocido como Kinkakuji, “el pabellón dorado” y el templo Ryoanji, con su famoso jardín zen. Lamentablemente, ambos se han convertido en lugares muy turísticos, por lo que hay que hacerse un espacio para poder disfrutar del templo e imaginar su atmósfera original. Menos visitado, pero, no por eso menos hermoso, es el templo Ninnaji, también en Kioto, por el cual pude pasear y recorrer en calma sus pabellones de madera, respirando el ambiente zen e imaginando a los monjes meditando en cada una de las salas, preciosas y simples, con sus vistas a los jardines que invitan a la contemplación.

Aún me quedan muchos lugares por conocer en este hermoso país de amables personas, de una limpieza que asombra y de antiguas tradiciones que conviven junto a la modernidad en una de sus máximas expresiones. Por ahora, sólo me queda decir que me siento muy afortunada de estar aquí.