Por Paloma Ramis Gutiérrez
Sociedad Chilena de Ciencias de las Religiones
Chilenos y chilenas tenemos influencias culturales que copiosamente se han ido mezclando a través del tiempo, no cabe duda que somos hijos de una cultura mestiza. De nuestra tradición vernácula hemos heredado un sinfín de elementos culturales que muchas veces se han ido solapando en tradiciones foráneas, resultando de esto un enjambre de manifestaciones, desconociendo muchas veces su origen o, simplemente, nos limitamos a repetirlas de manera autómata. Es por ello que el estudio de la Historia y la Cultura no sólo es importante, sino esencial para conocernos y conocer a otros.
Con algunas diferencias a la actualidad, desde la época colonial se enseñaba religión como una materia más en las escuelas, realidad que se mantuvo a pesar de la independencia de España; es ya entrado el siglo XX, cuando el Estado de Chile, que hasta ese entonces era un Estado constitucionalmente católico, se separa de la Iglesia católica con la promulgación de la Constitución de 1925, pasando a conformarse como un Estado laico. Este paso se traduce, entre otras cosas, en la supresión dentro del currículo oficial para las escuelas y colegios públicos la enseñanza de religión, específicamente la católica.
Esta situación de laicidad se mantiene hasta 1983 al promulgarse el Decreto Supremo nº 924, promulgado en dictadura, reponiendo la enseñanza de la religión en las aulas públicas nacionales. Si bien esta ley fue sufriendo modificaciones dando cierta flexibilidad a las escuelas, colegios y familias, sigue siendo motivo de discusión y reflexión no sólo a nivel de legisladores, sino que se extrapola al cuerpo de profesores y estudiantes, quienes son los que en definitiva estamos involucrados directamente.
Las escuelas y colegios públicos chilenos tienen, producto de las modificaciones que ha sufrido el decreto, la posibilidad de adaptar y distribuir sus horarios respecto de la asignatura de religión. Si bien la ley estipula que las horas de religión para las escuelas debieran ser dos por semana, aquello no obliga a que sean impartidas, sino que otorga la posibilidad de dejar en manos del establecimiento educacional y las familias, la decisión de que los educandos tengan o no clases de religión, decisión que en caso de ser negativa, debe ser plasmada en documento oficial, declarando expresamente su opción al Ministerio de Educación, quedando el establecimiento en libertad para disponer de las horas antes dichas.
Resulta curioso que a pesar que el Estado chileno considere la clase de religión como una materia más dentro de la escuela, dé la posibilidad de renunciar a impartirla, siendo además la única con distinta forma de evaluación; es la única con sistema de evaluación conceptual y no numeral, por tanto no influye en el promedio de notas general. De todos modos es aún más importante mencionar que actualmente en Chile existe una variedad de cultos con currículos oficiales para clases de religión presentados por otros credos al Ministerio de Educación, los que si bien son impartidos, demostrando con ello una aparente apertura, han revelado dificultades tanto en la forma como en el fondo al momento de ejecutar la clase de religión dentro de los establecimientos; disponibilidad de salas, número mínimo de estudiantes para impartir la clase, profesores capacitados en diversos cultos, oferta adecuada para la diversidad religiosa con la que puede contar el establecimiento, a fin de asegurar a los y las estudiantes igualdad a la hora de la elección. En definitiva a lo que muchas escuelas y colegios optan, es ofrecer clases de una religión determinada. Frente a la pregunta ¿Qué pasa con los estudiantes que no practican esa religión?, la respuesta, en el mejor de los casos es ofrecer alternativas que generalmente son clases de ética y/o valores y, en el peor de los escenarios, deambulan por el establecimiento, o asisten a “reforzamiento” e incluso en algunas ocasiones se retiran del establecimiento.
La solución a la situación que se expone no parece sencilla: ¿Qué papel deberían jugar las escuelas y colegios públicos para abordar el tema de la clase de religión?, la respuesta no es pacífica, las opiniones se dividen entre quienes defienden una educación claramente laica, marginando a las escuelas y colegios de esta responsabilidad, como los que defienden la opción de mantener dichas clases, afirmando que la religión es parte fundamental del desarrollo espiritual del individuo.
Este debate ya está abierto desde hace varias décadas en Europa, pruebas curriculares se han ejecutado tanto en Italia como en España sólo por mencionar algunos ejemplos. Y probablemente varios han sido los motivos que han impulsado a la pregunta que hemos formulado; acaso un mundo cada vez más diverso culturalmente, sociedades que revalorizan sus raíces culturales o incluso las influencias que nos llegan por los medios de comunicación masivo sean algunas de las razones que lo vuelve inminente.
Hoy en Chile han sido intereses privados y principalmente laicos los que han apostado por una educación de las religiones en plural y no confesional, otorgándole un énfasis a la visión crítica pero respetuosa, preponderante al diálogo entre los diferentes credos y culturas, dejando atrás una visión sesgada de la religión, por no decir catequista.
Está claro que para apostar por una enseñanza de la Religión en forma no confesional y, por qué no plural, no basta sólo con modificar o dictar leyes, hay que considerar fundamentalmente la formación de profesores para esa área. Hoy en día la oferta académica universitaria chilena ofrece estudios de Pedagogía en Religión, enfocada desde una perspectiva mayormente confesional, por tanto, aunque se promulgue una legislación para la enseñanza no confesional y amplia de la religión, habría que reformular la formación universitaria de profesores para impartir esta asignatura en la Escuela, además de formular paralelamente un currículum adecuado a la realidad histórica y cultural chilena.